Los ex jefes del ejército y la marina de Bolivia se encuentran entre una docena de personas arrestadas hasta ahora por su presunto papel en un golpe militar aparentemente fallido diseñado para derrocar al presidente de izquierda del país sudamericano, Luis Arce.
El jueves por la mañana, poco más de 12 horas después de la fugaz insurrección en La Paz, el ministro de Gobierno de Bolivia, Eduardo Del Castillo, acusó al ex jefe del ejército, normal Juan José Zúñiga Macías, y al ex jefe de la marina, almirante Juan Arnez Salvador, de liderar un grupo de golpistas que habían “conspirado para derrocar a un gobierno elegido democráticamente”.
“Serán acusados de delitos que podrían conllevarles penas de prisión de entre 15 y 30 años”, Del Castillo dijo al canal de televisión local Unitelprometiendo revelar más detalles de los eventos recientes más tarde ese día.
El ministro afirmó que los conspiradores habían estado planeando “este intento de destruir la democracia” durante al menos tres semanas antes de que las fuerzas de seguridad tomaran el management de la histórica Plaza Murillo en La Paz alrededor de las 2:30 p. m. del miércoles y entraran por la fuerza en el palacio de gobierno conocido como Palacio. Quemado.
Antes de retirarse del lugar en un vehículo blindado y ser detenido, Zúñiga dijo a los periodistas que su objetivo period establecer “una verdadera democracia”.
En su entrevista televisiva, Del Castillo afirmó que la noche del martes, víspera de la supuesta revuelta, Arce y Zúñiga se habían reunido en presencia de otro alto ministro y que el presidente había informado al jefe del ejército que period relevado de sus funciones porque su su conducta “no se ajustaba a la constitución política”.
“No hay problema… soy soldado de esta patria… y cumpliré las órdenes que me den”, supuestamente respondió Zúñiga.
Del Castillo afirmó que los dos hombres se abrazaron y agregó: “Nadie podría haber imaginado que al día siguiente… nuestro país vería un intento de golpe de Estado fallido”.
El breve y aún mal explicado motín del miércoles, que duró sólo unas tres horas y en el que al parecer resultaron heridas 12 personas, fue la última convulsión que se apoderó de una nación notoriamente volátil que ha Fue testigo de 190 revoluciones y golpes de estado. desde que obtuvo su independencia en 1825.
A la confusión se sumaron los comentarios que hizo Zúñiga momentos antes de su detención, en los que el exjefe del ejército pareció acusar a Arce de organizar un golpe de Estado para aumentar su menguante popularidad. “El presidente me dijo que la situación estaba jodida y que necesitaba algo para aumentar su popularidad”, dijo Zúñiga, sin aportar pruebas.
Bolivia, un país sin salida al mar con unos 12,5 millones de habitantes, está soportando actualmente una dura disaster económica con una caída de las exportaciones de gasoline y un aumento del malestar social. Para empeorar las cosas, se está librando una amarga lucha de poder entre Arce y Evo Morales, el expresidente que ayudó a elegirlo en 2020. Ambos hombres han dicho que planean buscar la presidencia en las elecciones del próximo año para su partido, el Movimiento al Socialismo. (Mas).
El jueves, algunos aliados de Morales y figuras de la oposición utilizaron las redes sociales para promover teorías de conspiración sobre que Arce period responsable de la rebelión militar supuestamente falsa. Alejandro Reyes, un congresista opositor de la coalición Comunidad Ciudadana, exigió una investigación parlamentaria sobre las acusaciones de que el propio Arce había orquestado un “autogolpe”. “Hay indicios y declaraciones que indican el involucramiento del gobierno”, dijo Reyes.
María Nela Prada, ministra de la Presidencia, rechazó tales afirmaciones. “Esto es absolutamente falso… son cosas que encuentro absolutamente inconcebibles”, dijo.
Deisy Choque, legisladora de Mas, elogió al presidente Arce –un ex ministro de Finanzas educado en el Reino Unido– como un héroe. “Nunca será visto como un cobarde o un traidor; resistió el intento de golpe y triunfó la democracia”, dijo Choque.
A medida que la guerra de palabras se intensificaba, policías armados, con los rostros cubiertos con pasamontañas, custodiaban las puertas de hierro forjado del palacio neoclásico del siglo XIX donde se había desarrollado gran parte del drama del día anterior. En el inside, se podía ver a dos mujeres barriendo vidrios rotos del piso donde habían filmado a Arce enfrentándose a Zúñiga, diciéndole: “Soy su capitán… retire todas sus tropas ahora mismo, normal”.
El aparente intento de golpe en Bolivia fue objeto de una condena casi common de todo el espectro político en América Latina, con gobiernos conservadores en Ecuador, Uruguay y Paraguay al igual que los de izquierda en Brasil, Chile, Colombia y México.
Pero hubo algunos indicios de aprobación por parte de segmentos de la floreciente extrema derecha de la región. Bia Kicis, una destacada congresista brasileña cercana al expresidente Jair Bolsonaro, reaccionó a los informes sobre la insurrección tuiteando: “¡Gracias a Dios!” El ex ministro de Medio Ambiente de Bolsonaro, Ricardo Salles, pareció sugerir que los golpistas bolivianos tenían “cojones”.
El periódico argentino La Nación anotado cómo la administración de Javier Milei, su líder libertario de extrema derecha, había tardado seis horas en condenar el golpe fallido.
